Patologías by Zajar Prilepin

Patologías by Zajar Prilepin

autor:Zajar Prilepin [Prilepin, Zajar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Cuando estábamos juntos, Dasha me salvaba de mis terrores. Pero, cuando volvía a mi casa, yo solo, no conseguía sobreponerme de mis crisis. Me quedaba allí tumbado, mirando el techo. Me levantaba de un salto, me ponía una pesa de varios kilos sobre el cuello y empezaba a hacer flexiones. Me animaba y gritaba:

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Uuuno! ¡Dos! ¡Tres!

Después me tumbaba de nuevo en el sofá. Se me enrojecían los brazos a la altura del codo: durante las flexiones se me había roto algún capilar. Luego bebía un vaso de vodka y volvía a tumbarme.

Las horas giraban despacio, como el motor de manivela de un automóvil cubierto de hielo. Cerraba los ojos, y las imágenes de su pasado revoloteaban como un juego de cartas lanzadas a un precipicio. Un baile infinito de cartas… y luego aparecían piernas, senos, labios, nuca, omoplatos que se estremecían. Fantasías fisiológicas invadían mi cerebro.

Me preparaba un baño de agua fría y me sumergía en la bañera. Caminaba por casa dejando huellas frías, me agazapaba y tiritaba de frío, miraba de reojo, como un borracho, el espejo, observando con distanciamiento a mi sufrido doble lírico. Me vestía y volvía a casa de Dasha. Por el camino, se me pasaba la borrachera. En el tren de cercanías hablaba solo, fruncía los labios y volvía la cabeza en todas direcciones, me apeaba en el andén de Sviatói Spas y corría hacia el tranvía.

Al acercarme a la casa, intentaba mirar alrededor con los ojos de mi Dasha, de vuelta a casa después de haberse encontrado con otro, en otro tiempo, fuera y antes de mí. Con tejanos azules, perezosa, entre sus piernas corre el esperma, las bragas están mojadas y los tejanos a la altura de su ingle desprenden un olor dulzón.

¿Qué pensaba entonces? ¿Sonreía? ¿Caminaba como si no hubiese pasado nada? ¿Tenía ganas de orinar enseguida y, después de espolvorear con detergente azul la bolita de tela de un blanco suave, tomar un baño e irse a dormir?

Al llegar a la puerta de su casa, nunca llamaba enseguida. En un rincón del rellano había una caja en cuyas tripas me aguardaba un cigarrillo de reserva, para cuando llegara con los nervios destrozados. Caladas profundas como el sueño de un soldado, dedos nerviosos que examinaban la superficie de una mejilla sin afeitar.

Sus hombres no eran espectros, llenaban el espacio alrededor de mí. Vivían en nuestra ciudad, conquistada por nuestro amor. Viajaban en los mismos tranvías, cruzaban las mismas calles. Paseando con Dasha, pasábamos por delante de sus casas. Casas donde ella había estado, donde se había dejado besar, tocar, estrechar, estrujar, desgarrar… «Suave, suave», les decía a ellos, excitados. Se había dejado desnudar: el beso se interrumpía durante tres segundos mientras le sacaban la camiseta por encima de la cabeza; el tejano que costaba de quitar: se tumbaba sobre la espalda, levantando las piernas, y ofrecía cortésmente a su compañero la posibilidad de despojarla de ellos; las braguitas, ligerísimas, caían junto al sofá; al segundo o tercer



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